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Perú, nuestra luna de aventura. Parte I.



Desde que nos casamos mi esposo me dijo: "Yo quiero conocer Machu Picchu", yo todavía emocionada porque nos habíamos casado le dije ok, vamos a donde tú quieras... seis meses después, ya teníamos las maletas listas y los nervios al borde, no podíamos creer que estábamos a punto de volar a Lima. 

Como nunca despertamos contentos a las 6am para llegar a documentar al aeropuerto, una vez listos sumé a mi esposo a mi ancestral tradición de comprar un pan relleno de frambuesa y un café pa apaciguar los nervios de viajero, él prefirió una dona con chocolate que le pintó una sonrisa nerviosa.

Mientras esperábamos el abordaje pudimos observar muchas situaciones, entre ellas a una pareja de extranjeros (guapos y musculosos tanto la esposa como el esposo) con fobia a los microbios mexicanos, pues ahí en la sala de espera internacional (uno de los lugares más limpios que yo conozca) desinfectaron y colocaron un pañuelo desechable para asentar sus posaderas, cosa que me pareció aún más graciosa cuando sin reservas tocaron la tapa del basurero para tirar el pañuelo, oh big mistake my friends. También observamos la clásica escena de acción donde el último pasajero llega corriendo, en este caso pasajera, que venía toda roja por la agitación y la maleta enorme en la espalda, con un pequeño cambio en el desenlace, aún no llamaban al abordaje, ella iba en nuestro vuelo y un poco apenada se sentó donde pudo. Mi esposo por su parte vivió el suspenso y el terror, cuando los nervios de su primer vuelo internacional lo traicionaron y prefirió ir en búsqueda de baño a escasos minutos del abordaje, le insistí en que fuera y regresara corriendo como la chica que acabábamos de ver, pero que fuera confiado en que yo no los dejaría despegar hasta que él volviera. Aún sigo sin explicarme que pasó, pero un proceso que le lleva algo de tiempo, duró mucho menos con todo y la caminata al baño más cercano, regresó contento porque todos seguíamos en el lugar en donde nos había dejado, y justo cuando se sentó a mi lado nos llamaron.

El vuelo recién inaugurado se nos hizo corto, disfrutamos de las bebidas y la comida a bordo (un poco escasa, pero bueno no íbamos exactamente en clase ejecutiva) y con mi grandioso sentido de la geografía aérea le dije: mira ¡el malecón de Miraflores! acto seguido, el piloto anunció que estábamos próximos a nuestro descenso. Caminamos abrazaditos por los pasillitos que nos llevaban a las líneas de migración, hasta que nos separaron y cada quien pasó a una revisión individual, donde mi peruano me traicionó porque tuve que preguntar dos veces que me estaba preguntando a la señorita encargada de mi entrevista, quien decidió sellar mi pasaporte aunque creo que más bien se dio por vencida después de tantas preguntas mías. Para entonces ya eran las 5 de la tarde, entre otras cosas el vuelo fue una hora más tardado de lo que esperábamos, pero Fernando, el encargado de recogernos ¡estaba ahí! brindándome la emoción de tener mi propio anuncio de "Welcome señorita América". 

Estábamos en Lima y hacía frío, pero nosotros íbamos con el corazón encendido.

Nos reunimos con nuestro host holandés/peruano con un acento peculiar poco entendible, y una actitud amigable contradictoria con la rudeza de sus facciones, pero en fin, el lugar estaba a dos cuadras del Museo Larco que queríamos conocer, así que esquivamos un poco la plática y emprendimos la marcha al museo. 

El Museo Larco es una envidia para todos los que tenemos culturas prehispánicas en nuestro bagaje, pues han podido conservar una gran colección de evidencias dentro de su propio país y es un recinto que te transporta a su estilo de vida y sus costumbres, obedecidas con honor a pesar de los finales trágicos, y también a sus gustos más personales, fue impactante pero educativo el salón erótico donde pudimos observar arte en vasijas decoradas con órganos genitales de proporciones desorbitadas y posiciones que retan al mismo Kamasutra. 

Así que después  de impresionarnos con todos los objetos que ahí habitan, nos dispusimos a comer-cenar en el restaurante que cobijado por su hermoso jardín complementa al museo de una manera extraordinaria, ahí mi esposo probó el Lomo Saltado y yo una deliciosa Corvina en mantequilla marrón, y por supuesto brindamos con nuestras primeras cusqueñas del viaje (porque se volvieron un básico en nuestras comidas).

A nuestra edad un buen colchón se aprecia, no por lo que sigan pensando del museo, sino por el descanso que provee, y fue difícil despegarnos de él a las 4 am para tomar nuestro vuelo a Cuzco. Nos sorprendió la puntualidad de LCPerú, un tanto excesiva porque el abordaje comenzó antes pero apreciada para tener más tiempo disponible para conocer. 

Al pisar el suelo del aeropuerto de Cuzco ambos nos quedamos viendo con el mismo pensamiento: "hace un chingo de frío", así que caminamos hacia la entrega de equipaje, pero mientras más caminábamos más frío sentíamos, sabíamos que era invierno pero no nos imaginábamos que Cuzco nos recibiría a 0 grados, si su estación invernal apenas comenzaba. Temblando de frío (mientras usábamos lo más abrigador que llevamos para el viaje) y honestamente ya un poco asustados esperamos un rato a Hilario, nuestro tour planner, tardó lo suficiente para ganarse un suspiro de alivio de ambos al verlo, pues ya creíamos que nos habían dejado como novia de rancho. Pero no, nuestra luna de aventura seguía su curso en el camino inca.       

Comentarios

  1. Ame,que blog tan genial, me hiciste reir e imaginar que me transportaba a peru, sigue escribiendo!

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    1. Muchas gracias Miri :) En eso andaremos, pero todavía no me disciplino jeje Gracias por leer! Un abrazo a toda la familia, a Isra y a tu baby!

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