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Llegada a Machu Picchu


Nuestra manera de llegar a Machu Picchu la verdad, fue bastante burguesa, no pudimos conectarnos al cien con el llamado Camino del Inca porque no disponíamos del tiempo suficiente para hacer el recorrido en escalada, coche o a pie... tuvo que ser en uno de mis medios favoritos de transporte: el tren. 

El pueblito donde lo abordamos nos había sorprendido esa mañana con terrazas y construcciones increíbles, ya
estábamos hasta cierto punto cansados físicamente de tanto subir y bajar, y todavía teníamos que transportarnos a la plataforma del tren... llevábamos una maleta (a pesar de que nos recomendaron dejarla en el hotel de Cuzco) y nos dijeron que el costo no pasaría de un sol, para tomar esos pequeños mototaxis... para mi mala memoria olvidé el nombre local con el que se conoce... en fin, mi querido esposo un poco agotado aceptó que nos cobraran de a sol por bulto, osea 3 soles por esposo, meka y maleta, íbamos apenas en la segunda selfie cuando el chofer dijo ya llegamos y nos empezamos a matar de la risa, la verdad estaba muy cerca, pero a pie

hubiéramos terminado todos cansados como varios que vimos en el camino. Ninguna plataforma del tren de las que he conocido (bueno...me gusta el caos) han sido muy ordenadas, esta no fue la excepción, y después de desorientarnos un poco encontramos el punto para accesar a nuestro vagón.

Mi caballero andante subio nuestra maleta e incluso ayudó a dos turistas mayores a subir la suya (y de paso previno que no dañaran nuestra maleta 😉) Amamos a Hilario (nuestro tour planner) porque los boletos que nos compró eran tal cual para ir solitos, en un buen espacio y con la vista hacia donde viajaba el tren, lo cual nos permitio ir boquiabiertos durante el camino observando el río y la naturaleza que nos "seguía".

En el servicio de cortesía del tren, yo por aquello de las alturas y que me mareo muy fácilmente pedí un Té inca con eucalipto y coca, Jahaz se animó a una bebida fría muy rica de nombre Soda andina con ginger ale, jugo de limón y angostura, y hasta "botanita" nos dieron (leve no vayan a creer que macabil y costillita). El viaje es relativamente largo, nos llegó el anochecer poco antes de llegar al pueblo de Aguascalientes, pa los compis de visita: pueblo de Machu Picchu.

Muy contentos de haber llegado a través de las vías, salimos de la terminal, solo para volver a reir hasta el cansancio con los cambios a mi nombre artístico y riéndonos nos acercamos al letrero de "Mekilla Talavera" (hasta me dieron ganas de encargar una mi artesanía poblana). La cara de nuestro "host" lo dice todo: yo espere y espere y estos risa y risa y foto y foto. Nos llevó en megashinga al hotel y se despidió de nosotros.





Curiosamente, ya no nos sentíamos tan cansados. La energía del viaje, del pueblo enmarcado, delimitado y prácticamente enbovedado por esas altísimas montañas que apenas dejaban al descubierto un poco de estrellas nos habían recargado las energías. Viajar por poco tiempo, es exprimir cada minuto... salimos a la plaza Central, tomamos un Pisco peruano y disfrutamos una pizza light 😉 para reponernos. Caminamos por los puestos del mercadito que permanecían abiertos y cruzamos los puentes sin reparo.

Regresamos al hotel para encontrarnos con nuestro guía del día siguiente quien remató mi nombre con "Mekilla Calavera" (al menos ya tengo variedad de alias), y casi casi nos dijo ya váyanse a dormir que mañana vamos a madrugar. Y muy obedientes le hicimos caso, pues al día siguiente nos encontraríamos con el lugar que nos inspiró a tomar Perú como destino...

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